Amanece en Barcelona. Mañana fría, cielo oscuro, plomizo y no ha parado de llover desde ayer noche.
Marcos se despierta con el sonido del viento que hace temblar las ventas de su dormitorio, un dormitorio que estaba frío, más frío que nunca: ella no ha pasado la noche allí. Los colores de la habitación parecían haberse apagado un poco más.
Marcos se levanta y mira su móvil, nada nuevo.
Al levantarse de la cama, todo le daba vueltas, eso de cenar solo whisky no debía de sentarle nada bien. A estas alturas eso poco le importaba, por más que intentara ahogar sus penas en alcohol, no había forma de borrar su recuerdo. “Se ha ido. No me queda otra que aceptarlo.”
Se mete en la ducha pensando que el agua le ayudará a aclarar sus ideas. Pero lo que sale de la ducha no es agua, sino recuerdos que ahora carecían de sentido alguno.
Habían pasado ya dos semanas desde que se marchó. En todo este tiempo solo había sacado una cosa en conclusión: Eva era más imprescindible en su vida de lo que él podía llegar a pensar.
Curiosamente cuando el amor empieza y termina, los primeros días en ambas situaciones son realmente parecidos: no haces más que pensar en la otra persona, esa persona se convierte involuntariamente en eso que necesitas para respirar y curiosamente te pegas al teléfono horas y horas.
Hacía mucho tiempo que no salía de casa sin ella, prácticamente vivían juntos en aquél pequeño ático. Pero, aunque cada rincón de la ciudad le recordase a ella, tarde o temprano tendría que salir. Luís lo sabía, y por eso decidió llamarlo.
Suena el teléfono. Es Luís. Tarda en contestar… No tenía ganas de hablar.
- ¿Sí?
+ Tío, ya te vale desaparecer dos semanas.
- Ya, es que…
+ ¡No, es que nada! Joder, entiendo que lo estés pasando mal, pero el estudio es de los dos y estoy de trabajo hasta arriba. Aprende a vivir con ello. Hay cosas peores en esta vida, tío.
- Lo sé, y lo siento.
+ Ya, lo sabes…siempre dices lo mismo pero no pones nada de tu parte, nunca lo haces. Jamás cambiarás. Siempre esperando a que te solucionen los problemas…
- Luís, para ya por favor…
+…en vez de afrontarlos y acabar con ellos…
- ¡Se acabó Luís!
+ Eres un cobarde tío. En serio, me decepcionas…
- ¡Cállate! No tienes ni puta idea de lo que siento. Pero claro, cómo lo vas a saber, si nunca has querido a nadie, eres un egoísta…un maldito egoísta…
+ ¿Sabes qué? Mejor quédate en tu casa llorando.
Cuelga. Bien. Lo que le faltaba. Ahora encima escenita con Luís. Se habían dicho cosas muy feas... aunque ahora mismo eso era lo que menos le importaba. Tenía la cabeza como un bombo. Sólo quería despejarse. Necesitaba despejarse.
Se puso su camiseta vieja de los Stones y aquellos vaqueros tan desgastados. Cogió sus llaves y apagó su móvil. No quería saber nada del mundo.
Salió a la calle y empezó a andar.
Barcelona es una ciudad inmensa. Era fácil perderse, y eso mismo pretendía Marcos. Perderse, perderse entre la multitud.
Y sin saber cómo, ni tampoco querría preguntárselo, acabó en un parque. Y no en un parque cualquiera. Era ése parque. Su parque. Con ese maldito pórtico y con todas esas hojas esparcidas por el suelo, típico de una mañana de otoño.
Los recuerdos lo invadieron y no pudo contener las lágrimas. Se sentó en un banco y se dejó llorar. Hasta que no lloró más.
Entonces, lo entendió.
Supo que la vida pasaba, y que la estaba dejando escapar… No se puede vivir aferrado al pasado, hay que vivir el presente y afrontar la vida como llega. Al fin y al cabo, de eso trata el juego.
Y es que el único remedio de curar un corazón roto, es el tiempo.
No existen medicinas para ese mal. No hay médico que lo cure, ni remedios que lo aplaquen. Simplemente, un día, cuando menos lo esperas, consigues desconectarte de esa persona…Verla y no sentir ese cosquilleo, hablar con ella y no ponerte nervioso.
Simplemente un día…